La realidad escolar y la Pedagogía de los cuidados

La realidad escolar y la Pedagogía de los cuidados

La realidad escolar nos interpela

En los últimos años se han puesto en evidencia tres realidades que, aunque palpables, eran invisibles para la mayoría de los seres humanos. La primera, que la vida humana y la vida en el planeta son solo posible en un entramado de interdependencias de ecosistemas en la que las posibilidades de sobrevivencia de los seres humanos, como los de cualquier especie en el planeta, están íntimamente vinculados. Esa interdependencia posibilita la armonía biológica y social de nuestro vivir, en entramados infinitos de cooperación, cuidado y solidaridad. La segunda, que los seres humanos hemos afectado de manera definitiva a este entramado de interdependencias al activar dinámicas de “desarrollo” depredadoras, mercantilistas y contaminantes, bajo el criterio equívoco de que la naturaleza está al servicio de los seres humanos y debe ser dominada por ellos. La tercera, que esta visión de relaciones depredadoras y dominantes, que no son solo de los seres humanos hacia la naturaleza, sino también entre los seres humanos, ha llevado a la creación de guerras, pobreza, esclavitudes, discriminaciones y violencias de diverso tipo.

Estas tres realidades generan desafíos en diversos campos de la vida humana. En el ámbito educativo los desafíos son muchos. Algunos de ellos pueden ser expresados en preguntas de este tipo: ¿cómo niños, niñas, adolescentes y jóvenes deben ser socializados en este sistema dominador-depredador para que no se reproduzca esta perspectiva, sino por el contrario una en la que predomine la solidaridad, el cuidado mutuo, la cooperación y en definitiva el amor entre los seres humanos?; ¿cómo estas formas de socialización de esta nueva perspectiva cuidadora y cocreadora de la vida, al ser comunicada y promovida en estas nuevas generaciones, posibilitan el surgimiento de un nuevo paradigma que permee la sociedad, la familia, la escuela y a cada ser humano?; ¿qué estrategias y tácticas debemos impulsar para que sea posible la socialización en este nuevo paradigma en las instituciones educativas, de tal forma que se transformen las maneras de gestionar lo educativo, el currículo, el conocimiento, las relaciones en la escuela?

 

La realidad escolar nos interpela aún más

En este momento es posible constatar una crisis en el sostenimiento de la vida humana y no humana que se refleja en lo cotidiano, en la calle, en la familia, en la sociedad, y de manera especial en la escuela. Y que, aunque en muchos contextos esta responde a la lógica capitalista, puede ser un lugar privilegiado por las posibilidades de transformaciones curriculares (además de en la familia) para la educación moral y ética de la niñez y la juventud. Esto posibilitaría aprendizajes hacia la convivencia no violenta, el respeto a la vida en todas sus manifestaciones y su desarrollo integral.

Una de las manifestaciones de esta crisis en el sostenimiento de la vida, y que permea hondamente la escuela, es la inequidad en las relaciones de género reflejada en la “visión androcéntrica de la cultura, de su trasmisión en los usos familiares y en los currículos escolares; tal visión ha generado y está generando humillaciones, violencia contra las mujeres, guerras en los pueblos y entre Estados, subordinación y minusvaloración de lo considerado femenino” (Vázquez, Escámez & García, 2012, p. 10).

Evidencia de ello son los resultados de diversas investigaciones en la escuela, entre ellas la realizada por el Instituto para la Investigación Educativa y el Desarrollo Pedagógico – IDEP . En esta se muestra, entre diversas contradicciones y paradojas de la cultura escolar, que “la escuela imparte a través de imposturas y discursos en los espacios institucionales visibles una educación para la igualdad de los sexos mientras que en las dinámicas cotidianas promueve una educación sexista”. Así lo reflejan los resultados de las encuestas realizadas a las y los jóvenes de educación secundaria de cinco instituciones educativas del ámbito público en Bogotá (Colombia), en las que se vincula lo femenino con sumisión, delicadeza, servilismo ante los hombres y ante los ideales masculinos. También reflejan que los jóvenes continúan valorando acríticamente el rol tradicional de la mujer-objeto, del ser decorativo y reproductor de la especie.

Las jóvenes encuestadas también enjuician duramente a aquellas que se quieren apartar de estos roles femeninos convencionales, censurando agudamente sus afanes de cambio, porque han aprendido a rechazar aquello que el sistema les señala como algo peligroso y antinatural. Por último, en esta investigación se evidenció la existencia de un grupo de adolescentes encuestadas que ejercen una “brumosa”, y a veces mal entendida, identificación de las posibilidades de equidad entre ambos géneros buscando una pretendida igualdad con los hombres por la vía de imitar sus comportamientos más deplorables.

Al mismo tiempo, y de manera paralela, se observa que solo una minoría de las estudiantes construye representaciones progresistas de género, manifestadas estas en un abierto autorreconocimiento de carácter positivo acerca de su condición de mujeres y del nuevo rol que deben jugar como tales. Igualmente, se pone de manifiesto que una cantidad pequeña, pero esperanzadora, de jóvenes encuestados muestra una construcción de valoraciones positivas acerca de la mujer y en particular de sus compañeras de estudio.

En relación con las representaciones sobre lo masculino, se encontraron dos tendencias: una mayoritariamente tradicional, y otra minoritaria de carácter progresista. La primera tendencia muestra representaciones cuya orientación básica devela una permanencia de los valores patriarcales. Para este grupo, ser masculino presenta características como ser fuertes, prepotentes y “tropeleros”. Estos jóvenes se distancian de roles amables y receptivos por temor a ser catalogados como “maricas” o cobardes. Las adolescentes, aunque en su mayoría predominan valoraciones tradicionales y terminan considerando de manera determinista que “así son los hombres”, sí establecen algunas distinciones en las que cuestionan los comportamientos agresivos de estos. Por otro lado, una pequeña cantidad de las y los adolescentes consideran que los hombres deberían ser tiernos, cariños, comprensivos… (Piedrahita & Acuña, 2008, pp. 15 y ss.).

Los resultados de esta investigación pone en evidencia que en estas cinco instituciones educativas, como seguramente en muchas otras en distintos lugares del universo, tienen preponderancia los sistemas patriarcales que, además de ser formas de pensar el mundo y a quienes lo habitan, se materializan en normas, estructuras sociales, formas de relacionamiento y prácticas violentas que ponen a las mujeres, y a todos aquellos grupos y personas que se salgan de su esquema, en condición de desigualdad para su desenvolvimiento en la vida social. Una de estas formas violentas es el fomento de prejuicios que son interiorizados y replicados (Giddens, 1991) mediante “el pensamiento estereotípico en el que se utilizan categorías rígidas e inflexibles a partir de las cuales se otorga sentido al mundo y a las personas” (Palacios, 2015, p.75).

Estos resultados también ponen en evidencia que es necesario volver, una y otra vez, sobre el paradigma de género que abrió la posibilidad de cuestionar las bases biológicas de los comportamientos masculinos y femeninos, y entenderlos como productos culturales. Aún más, diversos intelectuales como Judith Butler, Gayle Rubin, María Lugones y Michael Focault llegan a afirmar que el sexo, el género y el deseo son construcciones históricas, políticas, sociales y culturales que no están determinadas por la biología. De ahí, que sea un imperativo de este momento destacar una mirada relacional que busque superar las dicotomías que subvaloran las actividades femeninas como naturaleza y cultura, trabajo y familia, público y privado. Y entender que la vida, sus condiciones y situaciones son transformables hacia el bienvivir si se construyen desde la igualdad, la equidad y la justicia.

Entonces, ¿qué hacer en la escuela?; ¿cómo poner en evidencia la contradicción que supone que se promuevan discursos sobre la igualdad de los sexos, mientras se tienen dinámicas sexistas en lo cotidiano?; ¿cómo posibilitar cambios y hondas transformaciones en la cultura escolar que afecten las formas de pensar, sentir y actuar de los adultos, primero, y de niños, niñas, adolescentes y jóvenes, luego?; ¿cómo poner en evidencia los estereotipos, como una construcción social y cultural que puede y debe ser transformada, que promueven una división del trabajo en función del sexo en base a la desigualdad social y económica entre los géneros?; ¿cómo hacer congruente la acción de la escuela con el verdadero y original significado de la educación de hacer aflorar y producir el crecimiento de potencialidades innatas del ser humano, más allá de preconcepciones sobre lo que es ser hombre o ser mujer?

 

Una opción: la Pedagogía de los cuidados

 

Una opción: la Pedagogía de los cuidados

Posibilitar en la escuela un nuevo paradigma en la relación entre los géneros que se aparte del androcentrismo y el patriarcalismo supone considerar lo femenino y las prácticas de lo femenino como parte de lo humano y de lo ciudadano. Una de las prácticas de mayor preponderancia asignada a lo femenino es el cuidado, considerado como el centro de su tarea en las sociedades patriarcales.

Al cuidado propio, al cuidado de los otros, de lo otro, no se le asigna visibilidad, valor y relevancia en la sociedad, seguramente porque ha sido asignado como tarea femenina. Esto trae necesariamente como consecuencia que no se entienda el cuidado como parte de lo netamente humano, como parte de las tareas con carta de ciudadanía y de relevancia en lo público, y además ensombrece la consciencia de la interdependencia y vulnerabilidad que hace posible la vida.

Así que, comprender que el cuidado de sí mismo, de los otros y otras, y de lo otro es tarea de la humanidad en su conjunto nos permitirá avanzar como sociedad, como entramado de ecosistemas de seres vivos, y de manera muy especial en el valor asignado al cuidado de la vida como bien público. Para posibilitar este avance, será entonces necesario abrir paso a una nueva pedagogía que posibilite aprender a cuidar, valorar el cuidado, valorar a quienes cuidan y aprender a cuidarse y a ser cuidado.

Luz Elena Patarroyo López

 

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VV.AA (2018): La Pedagogía de los Cuidados. Aportes para su Construcción. Bilbao. InteRed.

 



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